jueves, 23 de febrero de 2012

Inmortals - Inmortales




Hace veinte años me asombró la novedosa estética visual que el artista y director Tarsem Singh empleó en algunos memorables videos musicales y comerciales de los noventas. Sin embargo, cuando Singh finalmente dirigió una película resultó ser un desastre narrativo, pero, eso sí, repleto de impresionantes imágenes que aún perduran en mi memoria. Algunas personas opinaron que el estilo visual de The Cell bastó para hacerla una buena película, pero no me encuentro entre ellos (aunque respeto su opinión). Y sospecho que ocurrirá lo mismo con Inmortales, nueva cinta de "acción mitológica" con la que Singh pretende triunfar donde fracasaron Conan the Barbarian y el re-make de Clash of the Titans. ¿Lo consigue? Creo que no, pero eso no le impide ser entretenida y, desde luego, visualmente impactante.

El argumento de Inmortales emplea una densa sopa de mitología griega para contarnos la historia de Theseus (Henry Cavill), un virtuoso y valiente hombre involucrado accidentalmente (¿o será voluntad divina?) en la cruzada del maniático Rey Hyperion (Mickey Rourke), quien pretende liberar a los Titanes de su eterna prisión bajo el Monte Tartarus para que eliminen a los Dioses del Olimpo, sus enemigos mortales (o, mejor dicho, inmortales, jo, jo). Y si Hyperion logra capturar en el caos de la batalla una poderosa arma que le permitirá dominar el mundo, pues qué mejor.

Asumo que cuando Tarsem Singh vio 300 la tomó como una afrenta personal y un reto para superarla en todos sentidos. Y eso es lo que intentó con Inmortales... otro refrito del género "peplum" (también conocido como "cine de sandalias y espadas") filtrado a través de una sensibilidad hiper-artística y rebuscada, que no quedó satisfecha hasta que cada pixel de la pantalla fuera opulentamente sobre-diseñado (en color dorado, de preferencia), y cada pelea fuera elegantemente coreografiada en cámara lenta, con mórbida atención a cada chorro de sangre y a cada músculo de los varoniles guerreros griegos que, en distintas circunstancias, no estarían fuera de lugar como "backup dancers" en algún aparatoso video de Lady Gaga.

En lo que respecta a la historia, podemos esperar las habituales fórmulas empleadas como un fin por sí mismas, y no como herramientas para contar una historia coherente. Desafortunadamente Singh muestra tan poco interés en el desarrollo de los personajes que hasta los más rimbombantes clichés se sienten blandos y carentes de energía, ya sea la pelea inicial entre Theseus y los soldados (para demostrar que es un tipo sensible, pero sabe defenderse cuando insultan a su mamá), o los trémulos monólogos de Hyperion, tan ridículamente solemnes y confusos que sus víctimas seguramente dan gracias cuando el obsesionado rey finalmente se digna matarlos. Por cierto, me temo que este no es el Mickey Rourke de The Wrestler, sino el bizarro hermano gemelo que vimos fuera de control en Iron Man 2 y Domino.

Y ya que estoy quejándome de los actores, necesito expresar mi temor por el papel (o papelón) que hará Henry Cavill como Superman en un par de años. Sin duda tiene rostro esculpido en granito y cuerpo de atleta griego... pero, caray, hasta en las más intensas escenas parece un recorte de cartón, incapaz de transmitir sus emociones al espectador (esperen a ver su discurso inspirador antes de la gran batalla... ¿"Pelearemos por los niños"? Sparta, tenemos un problema). Sinceramente espero que Zack Snyder sepa lo que está haciendo. En fin, volviendo al punto, el resto del elenco de Inmortales (con la posible excepción de John Hurt) se limita a repetir sus líneas y servir como maniquíes vivientes para lucir los caprichos de alta costura de Singh, quien prefiere usar el cuerpo humano como elemento de diseño, y no como vehículo de personajes con los que pudiéramos identificarnos.

Sin embargo, como dije al principio, el derroche de estilo en Inmortales es tan abrumador y la acción tan sangrienta que podría distraernos durante casi dos horas, siempre y cuando nuestro cerebro coopere y abandone la esperanza de ser estimulado por una historia interesante. Entonces, si les parece atractiva la idea de ver una película que combina a Frank Frazetta con el más extravagante “pictorial” de Vanity Fair, vean Inmortales, y quizás terminarán apreciando sus virtudes superficiales. Solo recomiendo llevar al cine algo para leer durante los tediosos diálogos. Excepto lo de Mickey Rourke... esos son el "comic relief" y no hay que perdérselos.

Fuente: http://imagenennegativo.blogspot.com/2011/12/inmortales-immortals.html

Tres Metros Sobre el Cielo



Pocos argumentos se me ocurren para calibrar sutilmente y sin deslizarme por los terrenos farragosos de la indignación (y consecuentemente, a la descalificación más furibunda) lo que supone una desgraciada muestra más del cine español para adolescentes que causa sensación en taquilla y espanto en el resto del público. Si ya el año pasado tuvimos un adelanto con ese engendro sin parangón titulado Mentiras y Gordas, curiosamente guionizado por nuestra flamante Ministra de (in)Cultura, Ángeles González Sinde; ahora nos llega Tres metros sobre el cielo, otro burdo intento de cosechar la plusvalía anual de un cine patrio que agoniza entre el marasmo de estrenos norteamericanos y la desidia de sus propios productores.

La fórmula es bien sencilla; se seleccionan algunos de los rostros más conocidos del panorama televisivo juvenil, toda una cantera de actores perecederos con escaso valor artístico; los cuales son exhibidos cuan fauna de circo para provocar los suspiros de deseo de legiones de jovencitas con las hormonas desatadas; se elabora un guión estándar que no elude los tradicionales clichés del género romántico aunque actualizados con las últimas tendencias en lo que, supuestamente, interesa a los adolescentes; se contratan los servicios de un equipo técnico, con director a la cabeza (en este caso Fernando González Medina), con escasos escrúpulos ante su prostitución como artistas devenidos en proletarios; y se agita con fruición, con ritmo de videoclip, efectos sonoros de discoteca y almizcle para edulcorar una trama tan previsible como decididamente infantil.

Cabría reflexionar acerca de la idoneidad de un cine que, producto de su carácter masivo, influye de forma decisiva en el desarrollo de las conductas de los más jóvenes y puede desembocar en patrones de comportamiento inadmisibles dentro de una sociedad avanzada. Por ello, en esta crítica no llevaré a cabo una análisis estrictamente cinematográfico de la película en cuestión, pues de cualquier modo su convencionalismo y falta de pretensiones artísticas tampoco nos conduciría a lugar alguno; sino que ahondaremos en los dilemas subterráneos que plantea y las dinámicas censurables ofrecidas en envoltorio de color de rosa a su público objetivo.

El crítico de El País y Fotogramas, Jordi Costa, ya alertó hace algunas días en su crítica de Tres metros sobre el cielo del fascismo subyacente que la historia ideada por el prolífico escritor italiano Federico Moccia deja entrever ante una atenta observación. Moccia ha sabido construir todo un universo literario para adolescentes, preferentemente femenino, que entronca con las más retrógrados patrones de conducta heredados de tiempos pasados y que coloca a la mujer como un mero objeto de deseo pasivo ante la posición imperante del macho.

La película que hoy comentamos (sin entrar en el espinoso debate de su correspondencia con el original literario) retrata de forma implacable esta idea a través de un personaje masculino detestable, violento, misógino, incorregible, una suerte de bestia indomable que, no obstante, seduce a la chica buena y responsable con más músculo que corazón. Y es que al principio, cuando la atracción física ciega el entendimiento, todo parece ser una buena excusa para reformar a una persona que aparentemente lo ha pasado mal (aquí ni siquiera es creíble la justificación a la desatada conducta del chico), se conserva esa esperanza irracional y se toleran situaciones difícilmente admisibles por una mujer independiente. Los problemas surgen cuando la pasión remite, los problemas llegan, y la dulce y comprensiva chica comienza a recibir las palizas que la llevarán a un infierno personal. La violencia de género es un asunto extremadamente grave para el que no se hallarán soluciones con vacuos actos políticos de repulsa; el camino a su erradicación se inicia en la educación responsable y la denuncia de comportamientos machistas, curiosamente como los que se legitiman en esta abominable muestra cinematográfica fascistoide, maniquea y asombrosamente absurda.

Como una ridícula revisitación del mito Grease, aunque con menos brillantina y cursilería y más cuero y violencia gratuita, Tres metros sobre el cielo nos traslada a los lugares comunes de la “juventud de hoy en día”, es decir, las carreras de motos ilegales y las fiestas salvajes. Como vértice de este paradigma simplista y disparatado que pretende ilustrar a los jóvenes, emerge la figura del macho alfa de la manada, hipermusculado, con una curiosa alergia al algodón de su camiseta (ya que aparece poco con ella) y el rostro del anhelado ex-protagonista de la serie Los hombres de Paco, Mario Casas. Una elección acertada a tenor los suspiros nerviosos y la hiperventilación risible de la nutrida afluencia de jóvenes en la sala de cine, ya fuese cuando exhibía su cuerpo desnudo o cuando golpeaba con saña a sus numerosas víctimas (aunque siempre con la misma cara de macho desquiciado). No se puede decir lo mismo de su reverso femenino, interpretado por María Valverde, una actriz que encandiló a muchos en su debut en

La flaqueza del Bolchevique pero que se ha ido deslizando a terrenos progresivamente más cuestionables hasta desembocar en el fango más denso, como muestra su incapacidad para ser creíble en esta película.

Sorprende de Tres metros sobre el cielo su clamorosa ausencia de moral. En ningún momento se reprende, aunque de forma velada, la conducta delictiva de su protagonista o la violencia extrema mostrada sin paliativos. Esto es un cine que repugna, que conecta con los instintos más bajos del ser humano, que ofrece una visión tremendamente peligrosa a su público adolescente frágil e influenciable. Es condenable la irresponsabilidad de unos productores (y creadores) que miran de soslayo a la pantalla distraídos por las cifras de la calculadora y el tintinear de las monedas. Es vomitivo el resultado, una película que se vanagloria de su absoluta falta de principios, que bucea en los resquicios de un pseudogénero establecido al calor de la previsión de beneficios, que no lleva a preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, hasta este pozo sin fondo que es la dictadura de la ignorancia y la apocalíptica sentencia al buen gusto.

Finalmente, me he rendido a la indignación.

Lo Mejor:
- Que, después de todo, termina.

Lo Peor:
- Su falta de moral, maniqueismo, machismo, derivas fascistoides, una puesta en escena convencional, una despreocupada y flagante apuesta por ganar dinero a toda costa.

Fuente: http://www.nosologeeks.es/2010/12/04/critica-3-metros-sobre-el-cielo/

Hugo - La invencion de Hugo Cabret




Martin Scorsese tiene fama de ser un gran director de films que no son para todos los géneros. La mayoría de sus obras maestras como Taxi Driver, Goodfellas o Toro Salvaje son para un público mayor donde se retratan temas más oscuros y marcados por una cruenta cuota brutal; pero ya a sus 65 años realiza una obra totalmente diferente y ajena a sus producciones, distinta en forma y fondo pero que lo consagra como un enorme cineasta.

Hugo narra la historia de un niño huérfano que vive escondido en una estación y se ocupa de arreglar relojes. Se verá envuelto en una misteriosa aventura cuando intente reparar un robot estropeado. Un día conoce a una chica (Chloë Moretz) que tiene la llave que podría resolver el misterio del robot... El guión adapta un libro infantil que ganó el premio Randolph Caldecott en 2008.

Cuando me enteré del film no me llamaba la atención lo suficiente, es más, pensé que sería una película que no lograría trascender por ser un estilo ajeno a lo que este mítico director ha elaborado; pero tras un muy interesante trailer y un par de reseñas previas consiguió atraerme lo suficiente para visionarla. ¿El resultado? Insuperable.

Hugo es Cine, es vida, es magia, es fantasía. Somos transportados a vivir una aventura única donde los inicios del séptimo arte forman la parte trascendental del film y su construcción ayudados de la aventura que comienza un niño huérfano y su amiga recién conocida logrará tocar el corazón hasta del más duro. Una película tan humana como profunda.

Scorsese logra un trabajo de dirección enorme, quizás su mejor trabajo en los últimos 20 años. Sabe tocar la fibra emocional en el momento preciso y evoca la sonrisa y el suspenso a partes iguales sin desperdiciar nada.

Hugo habla sobre la soledad y la frustración, sobre el vivir los sueños, sobre creer el propósito por el cual se existe y se lucha. Hugo dice "Es mi última oportunidad de funcionar" en un momento de la película, un niño que no tuvo la fortuna y el placer de disfrutar de una compañía materna, pero que su único ídolo fue su padre, quien luego falleció sin siquiera decirle adiós. Hugo creció a escondidas, siendo un sobreviviente más en la estación de trenes de la ciudad Luz a expensas de lo que pueda suceder y lo que el destino tenga para él. Pero Hugo Cabret es brillante, perspicaz y ambicioso el buen sentido. Tiene orgullo y a la vez es humilde, ha forjado su carácter en un mundo donde el más sabido logra sobresalir. Scorsese nos hace parte de esta historia empezando con un prólogo de lo mejor en años, y luego volviendo a cautivar con cada fotograma. Hablando de sueños Hugo tiene la sutileza y la inteligencia de presentarnos a diferentes personajes marcados por algo en particular, esta vez, sueños frustrados. Hugo es un niño que a temprana edad le han roto las esperanzas de creer en algo, pero aun no se rinde, busca la manera de descubrir un secreto que piensa ser la clave de algo importante en su vida, y desde un inicio a contrapartida, al personaje de Ben Kingsley le intuimos que también ha perdido algo en su vida, algo del pasado que lo ha marcado con desdén, juntos en universos diferentes buscan cumplir sus sueños, recuperarlos y vivir en ellos.

Hugo habla sobre traspasar barreras y las limitaciones. Con constancia y sin desentonar el sentido del film, presenciamos cómo diversos personajes deben lidiar con sus "problemas" para conseguir lo que desean, lo que al final logran beneplácitamente.

Hugo es cine en todos sus minutos, todas sus escenas están propuestas y marcadas con una sensación de estar disfrutando de una mezcla de lirismo y creatividad a porciones iguales.

Es el mejor homenaje al cine desde la maravillosa Cinema Paradiso (ni siquiera The Artist con todos su premios emula con gran tacto la magia de esta película).

Asa Butterfield y Chloe Moretz son los encargados de transportarnos a esta aventura simpática que se vuelve cada vez más vibrante. Ambos se lucen, en especial el primero, que interpretando a Hugo logro interpretar que tiene un prometedor futuro como actor. Ben Kinsgley está notable al igual que Helen McCrory y Sacha Baron Cohen.

El guión está plagado de hermosa frases, tal vez en conjunto a muchos les parezca predecible, pero por separado en momentos exactos tiene el enganche y el encanto preciso y necesario: "Si alguna vez preguntan de dónde vienen tus sueños, mira a tu alrededor" o "Ven y sueña conmigo", definitivamente calan en los sentidos más recónditos de todo buen cinéfilo que se preste.

Y la ambientación se soberbia. En años he visto una ambientación igual a la que se recrea en Hugo. Dante Ferreti hace un trabajo superior y el vestuario de Sandy Powell es notable (Oscar ya!); y Howar Shore consigue plasmar una banda sonora perfecta para la película con temas constantes llenos de vida y esplendor que aúnan singificativamente el valor que el film posee.

Hugo es una obra maestra trabajada con pulso y atino. Un encantador recorrido por los orígenes de nuestra pasión, el cine, que no desentona ni por un momento y convierte lo que a principio parece infantil, en una muestra clara y contundente del poder de las imágenes, de que el cine es magia, y una magia que vive.

¡No se la pierdan por nada! Disfrútenla como si fuera una más, pero terminarán encantados y tocados como yo.

Tiene 11 nominaciones al Oscar, si por mí fuera no dudaba en darle todos.

La Piel que Habito




En La piel que habito (2011), un Pedro Almodóvar de lo más inspirado nos ofrece su versión del mito de Pigmalión, en clave perversa y esperpéntica, apoyándose en el texto del escritor francés Thierry Jonquet.

Aunque se trataba de un proyecto que llevaba varios años rondando en la cabeza del cineasta manchego –trasladar a la gran pantalla la novela negra Tarántula (Mygale), publicada en 1984–, esta película ha sorprendido a propios y extraños. Presentada en Cannes y estrenada en España a principios de septiembre, La piel que habito se revela como una particularísima revisión de los estándares del género de terror, concretamente de la variante dedicada a los "mad doctors", aquellos científicos locos con ínfulas de dios que satisfacen su ambición a golpe de bisturí, microscopio o probeta.

El filme relata la retorcida historia de Robert Ledgard (Antonio Banderas), un prestigioso cirujano plástico inmerso en una investigación revolucionaria: la creación de una piel artificial resistente a las agresiones. Lo que no saben sus colegas es que el brillante doctor empleará todos los medios que estén en su mano, incluido el uso de una cobaya humana, una praxis inmoral justificada no solo en nombre de la ciencia, sino también en el de una oscura y retorcida venganza.

Una mezcla de géneros, pero sobre todo terror

Como declaró el propio autor, La piel que habito es un "intenso drama que a veces se inclina por el noir, a veces por la ciencia ficción y otras por el terror"¹, un popurrí de géneros que en ningún caso deja de lado el humor (negro) que caracteriza a su obra, en esta ocasión especialmente vitriólico. Como suele ser habitual en su cine, Almodóvar combina los momentos a caballo entre lo camp y lo netamente esperpéntico –por ejemplo, todos los relativos al personaje de Roberto Álamo, empezando por su improbable disfraz de tigre juguetón– con el melodrama de corte folletinesco y el terror.

Un terror que no se basa en sustos: en ningún momento la película trata de meter miedo al espectador ni de someterle a una situación de tensión constante. Tampoco se deja llevar por los excesos del torture porn, desdeñando recrearse más de lo necesario en las prestezas quirúrgicas del protagonista. Pero sí de un terror que se infiltra de forma insidiosa, alimentándose de una atmósfera malsana y de unos personajes extremos, entre los que destaca el científico encarnado por Banderas. Frío, despiadado, brutal, el doctor Ledgard es –en palabras del cineasta manchego– "un hombre que encarna el abuso de poder más absoluto, sin ningún escrúpulo. Un ser terrible que se cruza con otro personaje con una capacidad indescriptible de supervivencia y al que somete a unas pruebas que yo no había pensado que podría escribir jamás"².


De científicos locos y sus creaciones femeninas

Claro que si el doctor es un personaje extremo, también lo es su hermosa creación: Vera, un papel concebido inicialmente para Penélope Cruz y desempeñado finalmente por Elena Anaya. La actriz palentina luce como nunca en esta película y su piel –retocada digitalmente– le otorga una belleza casi sobrenatural.

Almodóvar, también autor del guion, consigue integrar en su personalísimo universo la turbadora historia del novelista francés, alternado los nombres de los protagonistas y muchos de los acontecimientos pero conservando intacta la esencia perversa y vengativa del original. El Richard Lafargue literario se convierte en Robert Ledgard y su prisionera Ève, llamada no en vano con el nombre de la primera mujer bíblica, en la igualmente hermosa Vera.

El director y guionista fusiona el original con múltiples referencias. El comienzo, con el personaje de Banderas dando una conferencia, es un guiño a la obra de culto Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960). En esta pequeña joya dirigida por el francés Georges Franju un cirujano plástico (Pierre Brasseur) trata de restituir la belleza de su hija (Edith Scob), desfigurada en un accidente de coche, mediante un transplante completo de rostro, lo que implicaba arrancar la cara –y la vida– de pobres muchachas que actuaban como donantes involuntarias.

Recreando a la esposa muerta

La piel que habito no solo se nutre de este clásico, también de otros filmes –con clara vocación sexploit– situados tras su estela como La rosa sangrienta (La rose écorchée, Claude Mulot, 1970) o La mano che nutre la morte (Sergio Garrone, 1974). Al igual que sucede en estas dos películas, el rostro y el cuerpo de la mujer de Ledgard –un personaje inexistente en la novela– serán gravemente dañados por el fuego; si bien el doctor no será capaz de recomponerla, esta desgracia marcará sus futuras investigaciones.

De hecho, el habilidoso cirujano pondrá a Vera el rostro de su fallecida esposa, un detalle nada baladí incorporado por Almodóvar que entronca La piel que habito con la amplia tradición artística y literaria de muertas –o desaparecidas– veneradas y (re)creadas por sus viudos desconsolados, que ha dado productos cinematográficos como Stolen Face (Terence Fisher, 1952) y Vértigo. De entre los muertos (Vertigo, Alfred Hitchcock, 1958). Aun siendo el blanco de una retorcida venganza, la bella y enigmática Vera se sumará al panteón de creaciones femeninas amadas a la vez que odiadas, modeladas, objetualizadas y esclavizadas por parte de misóginos Pigmaliones.

Fuente: http://www.cineyletras.es/Critica/critica-de-la-piel-que-habito.html

domingo, 19 de febrero de 2012

Saluda al Diablo de mi parte







¡Cine colombiano de acción! ¿Y por qué no? Si les perdonamos a los productores estadounidenses cientos y cientos de películas llenas de clichés sólo por pasar un par de buenas horas de balaceras, peleas y velocidades extremas. Si les perdonamos sus malos bien malos y sus buenos impolutos. Si les perdonamos todo eso que sabemos y colaboramos para que películas increíblemente obvias e increíblemente costosas sean de las más taquilleras de la historia, ¿cómo no aceptar de buen grado el intento de un par de ingeniosos colombianos que se le han medido a inaugurar el cine de acción en nuestro país?
Los hermanos Orozco, los mismos que inauguraron en Colombia el cine de terror con Al final del espectro, han inventado una cinta de acción que bien podría suceder en Colombia. Un exsecuestrado (Ricardo Vélez) se obsesiona con ajusticiar uno por uno a todos los miembros del grupo que lo secuestró y que andan tan campantes por las calles de la capital después de ingresar a un programa de reinserción. Y para lograrlo, extorsiona a uno de ellos (Édgar Ramírez) con el secuestro de su pequeña hija.
El secuestrado se convierte en secuestrador. La víctima se transforma en victimario. La venganza puede más que su dolor. Sabe que se irá al infierno, pero lo hará con una sonrisa en la boca, así esa sonrisa sea amarga.
El tema es perfecto para una cinta de acción, y el desarrollo, digno de Hollywood. Hay policías corruptos que intentan salirse con la suya; y arrepentidos que saben que no basta con la intención. Y en medio de ello balaceras bien montadas y secuencias emocionantes. Pero hay una diferencia con Hollywood: la ira, la ciega emoción que nutre la historia y que nos hace caer en la cuenta que en ese desenlace no puede haber sino perdedores.
Los hermanos Orozco hacen cine de acción estilo Hollywood, pero quizás por eso mismo aún pecan (es su primera película en el género) de construir personajes caricaturescos como el del encarnado por Vélez. Sin embargo, el venezolano Édgar Ramírez y el peruano Salvador del Solar son suficientemente creíbles para echarse la trama al hombro, y salir adelante.
http://www.cromos.com.co/generales/articulo-142162-critica-saluda-al-diablo-de-mi-parte

Tower Heist - Un Robo de Altura







Un grupo de jóvenes trabajadores descubre que ha caído en las redes de un empresario muy poderoso que elaboró un plan para estafarlos. Para vengarse, planean saquear su lujosa residencia.

La crisis económica, que atraviesa la vida de millones a lo largo de todo el mundo, abre una serie de posibilidades para la comedia que en cine aún están por florecer. Si bien títulos como Larry Crowne, y en bastante menor medida Bridesmaids o Horrible Bosses, tocan este tema evidentemente delicado, todo indica que en verdad se prefiere mirar hacia otro lado y pretender que la realidad no es tal. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx sostiene que la historia se vive dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa. Tower Heist recupera así la figura del infame Bernie Madoff, aquí Arthur Shaw, y le brinda a un grupo de empleados estafados la posibilidad de recuperar aquello que les pertenece, con una comedia similar a las de los '80, pero inscripta en la época actual de los Ocean's de Soderbergh o de las Rush Hour del propio Brett Ratner.

El principal logro de la propuesta reside no solo en el importante grupo de nombres que logra ensamblar, sino en hacer que funcionen como conjunto. Seguramente Robo en las alturas quedará en el recuerdo como una película digna de Eddie Murphy tras una década para el olvido. La verdad es que otros como Matthew Broderick y Téa Leoni, con films cada vez más espaciados y de menor calidad, también se ven beneficiados con una exposición de mayores luces.

Para tratarse de una apuesta que no teme hiperbolizarse hasta el absurdo a la hora de llevar a cabo el ya mencionado asalto, es bastante moderada en lo que a sus dosis de humor respecta. Del mismo modo se puede hablar del ritmo a la hora de la esperada venganza de los trabajadores, secuencias que no brillan por su originalidad y en las que se manifiesta el trabajo relajado con que Ratner acaba conduciendo sus proyectos. Más allá de que recupere a glorias pasadas y las ponga palmo a palmo con uno de los grandes de la actualidad como es Ben Stiller (quien a excepción de Greenberg tampoco viene ocupándose de buenas comedias), la sensación que persiste es la de que se pudo haber explotado más el potencial de algunos actores hambrientos de éxitos ochenteros
http://www.cinescondite.com/fullnews.php?id=945

El Gato con Botas









Atención a la inteligentísima jugada de los chicos de Dreamworks. ¿Cuál fue el punto fuerte de la primera Shrek? Sin duda, esa vuelta de tuerca a los cuentos infantiles cargada de humor negro y una tronchante humanización de figuras hasta el momento intocables como Pinocho o la princesa en apuros. Sí, el protagonismo de un antihéroe como el ogro verde ayudaba a reforzar esa sensacion paródica, y seguramente el film no hubiera tenido el mismo éxito con un rol central convencional. Pero 3 entregas después y con el personaje de Shrek exprimido hasta el límite (ha sido padre, rey e incluso humano) se hacía necesario volver a cambiar las tornas. Y en eso consiste El Gato con Botas, en la recuperación de este contexto tronchante que no deja títere del mundo de los cuentos con cabeza, pero esta vez al servicio de un héroe de los de toda la vida, de esos que bailan tan bien como pelean y a los que las gatitas persiguen como a un ovillo de lana recién enrollado.

Ya hemos dejado claro que el valor añadido de esta franquicia se encuentra en el tono general mas que en hechos concretos. En este caso, los 5 guionistas (si, ¡Cinco!) se sirven de la historia de Jack y las Alubias Mágicas -ya sabéis, una enredadera XXL, un palacio en las nubes, gigantes y huevos de oro- para poner en movimiento al protagonista, porque es una opción tan buena como cualquier otra. Donde flojean es en el relato de los orígenes del Gato: el día de su adopción, como desde pequeño ya era un azote para los criminales o el comienzo de la relación con su escudero Humpty Dumpty (Zach Galifianakis), que cuelga el traje de personaje secundario para convertirse en uno de los principales protagonistas de este spin-off sin que nadie lo haya reclamado.

Aunque exista una gran vinculación entre lo que nos narran los flashbacks y la aventura que están viviendo los personajes, se antoja innecesario presentar a un héroe que ya conocemos de sobra. Y más cuando esas escenas están resueltas casi automáticamente sin que aporten nada a un personaje que ya anda sobrado de carisma y en las que casi es mejor quedarse con el retrato de Humpy Dumpty, entre Leonardo Da Vinci y Oliver Hardy (el gordo de El Gordo y el Flaco). Quién iba a pensar que darle tanto protagonismo a un rol tan limitado iba a ser una ventana abierta de posibilidades. Eso sí, todas las connotaciones sexuales que se puedan dar entre un huevo y un gato, por extraño que parezca, se dan. Menos mal que tenemos por ahí al personaje recurso de Salma Hayek para sacar a Puss del armario (que a mi me da igual, pero con un huevo hubiera sido raro, ¿No creéis?).

Si en la reseña de La Piel Que Habito nos lamentábamos de lo grande que le quedaba el personaje principal al malagueño saleroso, en este caso se trata de todo lo contrario. Banderas ha construido al gato no solo desde su primera aparición en Shrek 2, sino también desde su trabajo en otros films, y simplemente, no hay otro interprete capaz de conseguir esa voz ronca en spanglish con tanto magnetismo como Banderas. El personaje principal no solo no resulta cansino en su versión extendida sino que funciona tan bien como lo pudo hacer el Zorro en la primera de las dos películas protagonizadas por el actor. No en vano, en ningún momento se ha ocultado que el minino es un reflejo casi idéntico al del enmascarado al que dio vida nuestro Antonio con su habitual pasión latina out of fucking control (si han hecho una colonia con su sudor será por algo).

La ambientación de la que os hablaba al principio encuentra su mejor reflejo en el film en los cazadores de gigantes Jack y Jill, tan fieros y sanguinarios como deseosos de tener un hijo al que darle todo su amor. La única pega es que tras su presentación como villanos de la historia, su presencia se va diluyendo en la cascada de antagonistas que es el ultimo tercio de film, que sí, que ayudan a que el ritmo no decaiga en ningún momento, pero restan algo de empaque a un conjunto en el que al final solo Gato tiene espacio para lucirse. Porque es normal que la presión derivada de la necesidad de demostrar que un personaje secundario pueda tener su propia franquicia acabe pesando.

A pesar de todos sus fallos, El Gato Con Botas es una de esas pequeñas sorpresas que nos da Hollywood de vez en cuando. Porque a nadie le hubiera extrañado que esta película se hubiera planteado originalmente para el mercado doméstico como el resto de cortometrajes o mediometrajes de la franquicia Shrek. En cambio, en Dreamworks han creado una aventura para el gato que no tiene nada que envidiar en gags y espectacularidad al ogro verde en sus mejores tiempos. Una mezcla equilibrada entre humor infantil y referencias más maduras en la mejor línea de la propuesta que nos hizo Dreamworks hace ya 10 años. Y de paso, el refugio perfecto para un Antonio Banderas que llevaba años sin poner un pie delante del otro cuando solo necesitaba el calzado adecuado.
Lo mejor: Antonio Banderas en su doble labor de doblaje (en castellano e inglés). Porque si ya está algo cascado para seguir explotando la imagen de latino on fire, los píxeles son el disfraz perfecto.
Lo peor: la narración de los orígenes del Gato parece más un trámite que sortear antes que una escena necesaria. Y sobran dos bailes.
Fuente: http://www.lapalomitamecanica.com/2011/11/critica-de-cine-el-gato-con-botas.html